La Realidad en Stand By
Apenas comenzado el siglo XXI, varios son los dilemas que se le presentan a la Educación argentina. Además de las resoluciones pendientes desde hace décadas en materia de modelo y de enfoque estratégico, el sistema educativo nacional padece una suerte de crisis adolescente, fruto de diversas causas. En pleno desarrollo del primer escalón de la última de las revoluciones tecnológicas, la digitalización, Argentina y su estructura educativa sufren las convulsiones propias de la ola tecnológica impuesta por la Era Global.
Del vasto cuerpo de conceptos propuesto por la mayoría de los teóricos que analizan el reciente y progresivo salto tecnológico en las comunicaciones, merece destacarse un punto en particular. Tal como afirma Jordi Adell, citando a Manuel Castells, la irrupción de las nuevas tecnologías en la vida de las sociedades modernas debe evaluarse en el marco de su actual contexto social y cultural. No resultará poca cosa, pues, dicho punto de vista en el momento de analizar la incidencia de las NTICs sobre la Educación en nuestro país.
En primer lugar, debe resaltarse una marcada asimetría entre modelos sociales y económicos, si es que tomamos referencia en los que se muestran como ejemplos clásicos, es decir, aquellos correspondientes a países desarrollados. Desde esta perspectiva, el caso argentino se encuadraría dentro de las realidades fluctuantes y permanentemente críticas de las naciones del llamado Tercer Mundo. En otras palabras y para formular la cuestión de manera directa: ¿es posible plantearse el objetivo de alfabetizar digitalmente a la sociedad argentina, cuándo todavía persisten diagnósticos deficitarios en el área educativa tradicional? En ese mismo sentido y profundizando el interrogante expresado: ¿resulta adecuado diseñar estrategias de máxima, que contemplen el cambio impuesto por las NTICs, cuándo aun continúa en espera el debate sobre el tipo de sociedad que pretendemos construir?
Ante este estado de situación, todo indica que no parece aconsejable precipitarse con medidas extremadamente ambiciosas sin resolver en lo previo las deudas estructurales pendientes, pero... ¿Qué hacer, entre tanto, con la rigurosa exigencia tecnológica que el proceso global impulsó? Mientras el mundo se encamina a paso firme hacia la concreción de una genuina Sociedad de la Información, mediante la estandarización de los postulados básicos de la Convergencia Digital (aunar diferentes medios de transmisión de información en una misma terminal), nuestro país todavía mantiene una crónica morosidad en temas que demandan soluciones definitivas desde lejana data.
Para enfrentar este doble dilema (saldar las deudas del pasado y, al mismo tiempo, no perder el tren del futuro), Argentina no puede permitirse el lujo de postergar un segundo más el debate pendiente. El fracaso cierto de la política del avestruz (ignorar los cambios y centrarse en la excelencia academicista) por parte de la Escuela, analizado por Manuel Area Moreira en su estudio sobre la influencia de los medios masivos (en especial, los audiovisuales) en las sociedades, debería ser un alerta constante para quiénes diseñan en el país las políticas del sector. El reclamo de una participación y de un compromiso mayor por parte del Estado, es indispensable para mitigar el efecto distorsivo que el omnipresente Mercado impone a la cultura, base común de todo sistema educativo.
A propósito de las conclusiones extraídas del trabajo de Area Moreira, su sentencia acerca de que “las desigualdades tecnológicas generan desigualdades culturales”, también da cuenta de los riesgos latentes en contextos de marcada asimetría social como el argentino. A una sucesiva cadena de desigualdades sociales y económicas (profundizada sobre todo durante las últimas tres décadas), se estaría sumando otra nueva referida al acceso a las NTICs, a la capacitación docente y al volumen de información disponible frente al actual paradigma tecnológico: las Redes Informáticas. Al respecto, dicha problemática quedó muy bien expresada (antinomia Inforicos vs. Infopobres) en un trabajo publicado en el blog Entrelíneas por Alejandro Bezerra y Mariana Burgio, dos compañeros de curso.
Como en muchos otros casos extractados de la realidad vernácula, la respuesta a la crisis adolescente que atraviesa la Educación argentina, potenciada por obra de los cambios tecnológicos globales, parece tener siempre la misma naturaleza: es una nítida cuestión política.
A diario, el presente se encarga de brindarnos irrefutables pruebas acerca de la actual equivalencia entre Información y Poder. Dicha visión ha sido desarrollada de mejor modo y con sólidos fundamentos por algunos de los autores sugeridos por la cátedra, por lo que no constituye una redundancia remarcar la urgencia que reviste la necesidad de llevar a cabo, no sólo en Educación, sino en todas las áreas de la vida nacional, la discusión postergada. Recién allí, en esa instancia, podremos hablar de cierta igualdad de derechos, de una probada democratización que nos permita afrontar con argumentos y herramientas eficaces los desafíos que traerán los años venideros. Mientras tanto, el debate continúa en un stand by cada vez más riesgoso para el futuro de nuestra sociedad.
Apenas comenzado el siglo XXI, varios son los dilemas que se le presentan a la Educación argentina. Además de las resoluciones pendientes desde hace décadas en materia de modelo y de enfoque estratégico, el sistema educativo nacional padece una suerte de crisis adolescente, fruto de diversas causas. En pleno desarrollo del primer escalón de la última de las revoluciones tecnológicas, la digitalización, Argentina y su estructura educativa sufren las convulsiones propias de la ola tecnológica impuesta por la Era Global.
Del vasto cuerpo de conceptos propuesto por la mayoría de los teóricos que analizan el reciente y progresivo salto tecnológico en las comunicaciones, merece destacarse un punto en particular. Tal como afirma Jordi Adell, citando a Manuel Castells, la irrupción de las nuevas tecnologías en la vida de las sociedades modernas debe evaluarse en el marco de su actual contexto social y cultural. No resultará poca cosa, pues, dicho punto de vista en el momento de analizar la incidencia de las NTICs sobre la Educación en nuestro país.
En primer lugar, debe resaltarse una marcada asimetría entre modelos sociales y económicos, si es que tomamos referencia en los que se muestran como ejemplos clásicos, es decir, aquellos correspondientes a países desarrollados. Desde esta perspectiva, el caso argentino se encuadraría dentro de las realidades fluctuantes y permanentemente críticas de las naciones del llamado Tercer Mundo. En otras palabras y para formular la cuestión de manera directa: ¿es posible plantearse el objetivo de alfabetizar digitalmente a la sociedad argentina, cuándo todavía persisten diagnósticos deficitarios en el área educativa tradicional? En ese mismo sentido y profundizando el interrogante expresado: ¿resulta adecuado diseñar estrategias de máxima, que contemplen el cambio impuesto por las NTICs, cuándo aun continúa en espera el debate sobre el tipo de sociedad que pretendemos construir?
Ante este estado de situación, todo indica que no parece aconsejable precipitarse con medidas extremadamente ambiciosas sin resolver en lo previo las deudas estructurales pendientes, pero... ¿Qué hacer, entre tanto, con la rigurosa exigencia tecnológica que el proceso global impulsó? Mientras el mundo se encamina a paso firme hacia la concreción de una genuina Sociedad de la Información, mediante la estandarización de los postulados básicos de la Convergencia Digital (aunar diferentes medios de transmisión de información en una misma terminal), nuestro país todavía mantiene una crónica morosidad en temas que demandan soluciones definitivas desde lejana data.
Para enfrentar este doble dilema (saldar las deudas del pasado y, al mismo tiempo, no perder el tren del futuro), Argentina no puede permitirse el lujo de postergar un segundo más el debate pendiente. El fracaso cierto de la política del avestruz (ignorar los cambios y centrarse en la excelencia academicista) por parte de la Escuela, analizado por Manuel Area Moreira en su estudio sobre la influencia de los medios masivos (en especial, los audiovisuales) en las sociedades, debería ser un alerta constante para quiénes diseñan en el país las políticas del sector. El reclamo de una participación y de un compromiso mayor por parte del Estado, es indispensable para mitigar el efecto distorsivo que el omnipresente Mercado impone a la cultura, base común de todo sistema educativo.
A propósito de las conclusiones extraídas del trabajo de Area Moreira, su sentencia acerca de que “las desigualdades tecnológicas generan desigualdades culturales”, también da cuenta de los riesgos latentes en contextos de marcada asimetría social como el argentino. A una sucesiva cadena de desigualdades sociales y económicas (profundizada sobre todo durante las últimas tres décadas), se estaría sumando otra nueva referida al acceso a las NTICs, a la capacitación docente y al volumen de información disponible frente al actual paradigma tecnológico: las Redes Informáticas. Al respecto, dicha problemática quedó muy bien expresada (antinomia Inforicos vs. Infopobres) en un trabajo publicado en el blog Entrelíneas por Alejandro Bezerra y Mariana Burgio, dos compañeros de curso.
Como en muchos otros casos extractados de la realidad vernácula, la respuesta a la crisis adolescente que atraviesa la Educación argentina, potenciada por obra de los cambios tecnológicos globales, parece tener siempre la misma naturaleza: es una nítida cuestión política.
A diario, el presente se encarga de brindarnos irrefutables pruebas acerca de la actual equivalencia entre Información y Poder. Dicha visión ha sido desarrollada de mejor modo y con sólidos fundamentos por algunos de los autores sugeridos por la cátedra, por lo que no constituye una redundancia remarcar la urgencia que reviste la necesidad de llevar a cabo, no sólo en Educación, sino en todas las áreas de la vida nacional, la discusión postergada. Recién allí, en esa instancia, podremos hablar de cierta igualdad de derechos, de una probada democratización que nos permita afrontar con argumentos y herramientas eficaces los desafíos que traerán los años venideros. Mientras tanto, el debate continúa en un stand by cada vez más riesgoso para el futuro de nuestra sociedad.
ASG
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